YESIKA CASTELLANOS –
TALLER DE COMUNICACIÓN – CRÓNICA
La capital colombiana, Bogotá, tiene un gran número de habitantes de otras
regiones he incluso de extranjeros, es casi un refugio donde se buscan mejores
oportunidades y donde el destino o quizás Dios nos puso para tener nuevas
experiencias.
Es 8 de agosto del 2013, y aproximadamente las tres y un cuarto de la
tarde, la búsqueda inicio en la calle 11 con 76, no fue difícil identificarla, estaba
ubicada en toda una esquina, su ropa muestra la humildad con la que vive, es
notable que la moda no forma parte de su esencia. Con gorra amarilla, chaqueta
azul y de fondo una camisa roja, la dejan en evidencia.
Sus canas resaltan, es una madre cabeza de familia de setenta años, parece
increíble tanta fortaleza en un cuerpo que ha aguantado los duros golpes de la
vida, sus achaques ya forman parte de su físico. “Los años no llegan solos”,
afirma ella así como la mayoría de los que alcanzan esa edad.
Es difícil encontrar un respuesta
concreta, del porque se sigue creyendo que en las capitales existen mayores
oportunidades. Así fue como llego a los 15 años esta señora a lo que era antes Santa Fe de Bogotá. Traída por su madre
desde Boyacá y dejada al cuidado de su hermana mayor, que aunque no le guarda
rencor, fue quien mayores humillaciones la hizo pasar. En sus más remotos recuerdos
como cuando por un instante la película se regresa, lamenta que su hermana le
cortara solo por gusto su hermosa cabellera que llegaba hasta las caderas.
Además, la puso a trabajar como empleada de servicio en diferentes casas, pero
un mal entendido hizo que se alejaran. El valor que la identifica hace que decida
irse a vivir sola, “pero no fue nada fácil, fue guerrear y guerrear, todos los
días”.
A pesar de vivir de manera independiente, contrario a lo que se llegaría a
pensar. Esta mujer lo suficientemente consiente y sabia, decide tener hijos
solo hasta los 23 años con su primer esposo, la menor de los tres hijos que
tiene fue de su último matrimonio y nació a sus 39 años.
Por cosas de la vida, viviendo en una sociedad donde los hombres desde
épocas pasadas se creen dueños no de una, sino de todas las mujeres que miran
como “suyas”, esta vendedora de cigarrillos, chicles y dulces fue abandonada
por sus dos esposos, ¿la excusa?, adivinen… sí, otra mujer y ausencia de
“amor”.
Este ángel tiene como experiencia solo la universidad de la vida, sirve de
educadora para un grupo de personas que asiste a su humilde casa, pero no da
clases sobre la educación a la que
estamos acostumbrados a escuchar, sino de temas espirituales que comparte por
su experiencia dentro de una iglesia cristiana, que la ha llevado a formar
desde su hogar a personas que sirven como líderes e incluso pastores en la
iglesia a la que asiste, ¿Quién lo diría?
Una mujer que a diario por mucho consigue veinte mil pesos. Es toda una
administradora para sacar a su familia adelante, debe quedar claro que sus
hijos no son unos mantenidos pero, ¿qué sueldo pueden tener si ni siquiera
alcanzaron a culminar sus estudios de bachillerato? Si el problema fuera solo, sobrevivir,
entre todos sería suficiente, pero como la mayoría de familias con bajos
recursos decidió pedir un préstamo del cual aún deben las cuotas que faltan
hasta octubre.
¿Qué porque se endeuda sino tiene plata?, porque ese dinero lo usó para
invertirlo en la carreta que usa en su actual trabajo, el inconveniente se
presentó cuando el negocio no dio lo que
se esperaba, además, en hogares colombianos de estratos 1 y 2 casi que por ley no
pueden faltar las necesidades o calamidades domésticas.
Lo curioso del asunto es que la héroe de esta historia, a pesar de que su
cara y manos muestran marcas por los años y tal vez por todos los
inconvenientes presentados durante lo largo de su vida, no se queja por las
cosas que le tocan y le tocó, justifica cada circunstancia con palabras
escritas en uno de los libros más leído en todo el mundo, la Biblia. “Si Jesús,
el hijo de Dios, pudiendo haber nacido en cuna de oro no lo hizo por darnos un
ejemplo, yo de que me voy a quejar”.
La protagonista de esta historia que con su actitud contagia a cualquiera,
muestra lo guerrera que es al contar su odisea de todos los días para llegar a
su puesto de trabajo. Con una mano en el pecho y otra en la cabeza, narra cómo es
que camina siempre 6 cuadras desde su casa para agarrar el alimentador, luego
el Trasmilenio que la deja en la avenida Caracas cerca de la calle 72, de ahí
camina al estacionamiento en el que guarda y le cuidan su implemento de trabajo,
donde le cobran tres mil pesos diarios, esos que tiene que descontar de las
ganancias.
Aunque parece un poco pesado que una mujer de setenta años haga todos los
días esta actividad, les comento que no es lo único, aquí es donde empieza el sacrificio
diario, que es casi como pagar una penitencia. Porque es ella quien sube su
mercancía en una carreta un tanto pesada por toda la 76, cabe aclarar, que es
una calle empinada hasta la carrera 11, un aproximado de seis cuadras un tanto
largas.
Su lucha diaria es lograr conseguir al menos para sus gastos, porque según
ella es muy feo estar pidiéndoles a sus hijos a toda hora. Su anhelo es que su descendencia
siga su ideal dentro de la iglesia que le devolvió la esperanza cuando sintió
que estaba sola, asimismo que sus nietos logren todos sus sueños, esto incluye seguir
trabajando para conseguir recursos y poder enviarlos a la universidad.
Y cuando llegamos a ese tema, las oportunidades, hizo mucho énfasis en que
se debe aprovechar el poder estudiar en una institución de educación superior,
porque esa es la mejor herencia que pueden dejar los padres, el estudio. “La
plata es un bien material que lo único que hace es dividir aún más a la gente,
y ni hablar de las familias”.
Un consejo práctico al que llegó luego de tocar ese tema, es que para
lograr eso se deben evitar tantas amistades, porque amigo solo hay uno y se
llama Dios, el resto solo es gente que está de manera momentánea. “Vaya usted a
ver cuándo usted necesita, ¿cuántos son los que están?”
Las anécdotas contadas por este personaje tan peculiar suenan como los
cuentos de la abuela, una señora que amablemente, contó parte de su vida sin ni
siquiera conocerme, tal vez porque así son los abuelos; como aparentemente no
tienen nada más que hacer, hablar es uno de sus pasatiempos favoritos.
El tiempo de la conversación parecía corto y ya pasó una hora, el ruido de
los carros acompaña el sonido de su voz claramente forzada para que yo la
pudiera escuchar. Tal vez se sentía sola en este día donde las ventas no es que
hayan sido buenas. El tiempo se fugó tan rápido, que por sus años en medio de
la conversación me pidió permiso para sentarse en esa banca que la acompaña
todos los días en la lucha contra la monotonía.
Y es que lleva solo un mes y medio en este punto, no son muchos los
clientes que tenga en este nuevo lugar. Ya que en el anterior fue retirada por
estar en un sitio donde el trabajo informal genera mucha molestia.
Ahora sí, ¿quieren saber su nombre?, mi estrella, el ángel de la tarde se
llama Leonor Pinto, la dama que me recordó que somos seres inconformes e
incapaces de dar gracias a un ser supremo por las necesidades, solo estamos más
preocupados en reprochar el ¿por qué? pero nunca el ¿para qué?
El nombre lo deje al final no porque sea menos importante, sino porque más
allá de dejar un mensaje quiero finalizar con la frase con la que ella me
despidió.
“ESPERO VOLVER A VERLA ACÁ, NO SE OLVIDE DE MI”. Y ahora soy yo quien
quiere prometer tenerla presente siempre a pesar de los tiempos cortos que me
quedan dentro de mis labores, porque más que un favor, ella me regalo una
experiencia de vida.
Un ángel visible pero invisible para el mundo con afán,
que lucha por salir adelante todos los días, y por lo que yo ahora pediré a
Dios para que pueda terminar de pagar su deuda al menos antes del 3 de
octubre, el día de su cumpleaños.
Foto tomada en la carrera 11 con calle 76